Porqué no doy clases de Yoga online
Este año tan raro que nos ha tocado vivir nos ha llevado a adaptarnos, hemos ido transformando nuestros hábitos de "consumo" y de reunión en función de la distancia que estamos obligados a observar.

El confinamiento ha sido para muchos un descubrimiento de todo lo que se puede hacer sin salir de casa, y entre las actividades más demandadas desde el salón de cada casa estaban las clases de Yoga.
Una suerte de sucedáneo necesario tal vez en esa peculiar situación.
Yo también como muchos de mis compañeros di algunas clases online (con más o menos fortuna en el ámbito técnico...), sentí en ese momento que teníamos los profes una especie de "deber" de acompañamiento de los alumnos que como nosotros se habían quedado de un día a otro sin poder acudir a la escuela.
Sin embargo mi experiencia personal no fue muy agradable. A parte de la complicación que supone practicar asanas con micro, claro está...
La primera vez que me senté enfrente de la pantalla de mi ordenador en vez de mis alumnos, ¡cuánto los eché de menos!
Y descubrí en mí reflexiones, sentires que nunca me había planteado:
Cuando doy una clase de Yoga la doy a otros Seres como yo, comparto con ellos lo que he aprendido, experimentado... y solo lo he experimentado porque llevo tal vez más tiempo que ellos en este camino, por nada más.
Cuando me siento delante de esas Almas que el Universo ha acercado a mi, por más o menos tiempo, es para que entremos en esa energía conjunta, en la que todos aportamos. Ellos a mi y yo a ellos.
Es un intercambio, aprendo de ellos, ellos aprenden de mi.
Estamos juntos en eso, en cada clase, en cada meditación.
La energía de todos nosotros es fundamental para que la clase sea un espacio de Yoga de verdad, con lo que se ve, lo que se siente, lo que se intuye... lo visible y lo invisible se comparte en una clase.
Doy clases a Almas como yo, no a sistemas operativos.
Así que no, no dar